Ya tocaba un fin de semana con dedicación casi en exclusiva al sofá, la manta, la chimenea y una buena dosis de lecturas. Si me apuras, un paseíto mañanero por el sendero cerca de casa.
Yo lo llamo un fin de semana a lo Arnold Lobel: calma, nido, poco ruido y poca gente.
No hay biblioteca escolar que no tenga desde hace años los libros de Arnold Lobel y muy pocos niños que no conozcan a algunos de sus personajes.
Sobre la mesa tengo varios de sus libros y mientras releo sus historias, mi hija que ya cumplió los veinte, al verlos identifica a Sapo y Sepo:
–!Anda, recuerdo perfectamente estos libros cuando era pequeña!, me comenta.
–¿Y qué es lo que recuerdas de ellos?
–Bueno, al ver las ilustraciones enseguida he reconocido a los personajes. Esos dos sapos eran muy muy amigos.
No me cabe duda de que además estos serían los primeros libros que consiguió leer sola. Y esto es un logro inolvidable aunque luego uno no sea muy consciente de ello.
Creo que aquí radica el recuerdo y la importancia de estos libros, la exquisitez con la que deben tratarse aunque en apariencia sean extremadamente sencillos.
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